Uno de los principales motivos de consulta de muchas familias es que su hijo o hija no es capaz de tolerar la frustración, lo que implica que cuando este niño/a no obtiene los resultados que esperaba sobre alguna cosa manifiesta sentimientos, a menudo exagerados desde nuestro punto de vista, de impotencia, decepción, enfado, tristeza e incluso agresividad. Calmar una emoción tan intensa como la frustración ya es algo muy difícil para los adultos y aún más para los niños/as, cuando no imposible en los más pequeños/as. Además de sufrir numerosos momentos complicados, mantener una baja tolerancia a la frustración a lo largo del desarrollo causará en el menor una sensibilidad excesiva hacia todo lo desagradable magnificando en su día a día el lado malo de cada situación.
Los adultos que acompañamos el desarrollo de los niños/as con frecuencia deseamos sortear estos momentos y el sufrimiento que ocasionan, sin embargo, no se deben temer y mucho menos evitar las frustraciones, ya que son inevitables. Algunos de los principales miedos que conducen a las familias a ceder en muchas ocasiones son el miedo a crear “traumas” infantiles por decirle que no a algo (“no me gustaría tener un hijo frustrado por negarle este capricho”); una experiencia dolorosa en la infancia paterna o materna (“no quiero hacer sufrir a mi hijo como me hicieron sufrir a mí”); la escasez económica de la propia infancia (“quiero que mi hijo tenga todo lo que yo no pude tener”); el miedo a perder el cariño y la buena imagen ante los hijos/as (“si veo a mi hijo dos horas al día no voy a privarlo de sus gustos”); o incluso ser aceptados por los hijos/as debido a una baja autoestima (“si pierdo el cariño de mi hijo me quedo completamente solo”). Si bien algunos de estos motivos pueden hacernos dudar y asustarnos, no podemos olvidar que son miedos completamente infundados y sin ningún tipo de evidencia a favor.
Por el contrario, lo que sí confirman los estudios es que si queremos experimentar bienestar psicológico debemos potenciar las emociones positivas y aceptar las negativas, de modo que los niños/as tendrán que aprender a expresar su frustración y hacer frente a los problemas que se encuentren a lo largo de su vida. Para ello es importante que en la educación de un hijo/a se establezcan normas claras y firmes, aportándole así seguridad y enseñándole a confiar en unos criterios sólidos. Estos límites se deben orientar al comportamiento del niño, nunca a la expresión de sus emociones, ya que le podemos exigir que haga algo pero no que no se sienta triste o enfadado. Las normas se deben establecer sin centrarnos en el propio niño (“eres malo”) sino en la conducta que supone el problema (“eso que haces no deberías repetirlo” o “eso que dices está mal”). Y también conviene dar razones pero sin excederse en la explicación.
Estas pautas y muchas más se abordarán en diversos talleres de los que os informaremos próximamente. Si estás interesado, ponte en contacto con nosotros y te avisaremos.
Fuentes:
Bilbao, A. (2015). El cerebro del niño explicado a los padres. Plataforma Editorial.
Bisquerra, R. (2011). Educación emocional. Propuesta para educadores y padres. Desclée.
López, A. (2009). La frustración como elemento educativo. Padres y maestros, (323), 24-29.
Autora: Sara Pérez Abraldes, Psicóloga General Sanitaria
Nº Colegiada: G-6178
